Hoy me he levantado como cada mañana
aquí en Ghana a las 6:30 para ir al cole. Me costaba caminar, algo
me molestaba en el dedo pero no sabía qué era. Cuando he llegado al
colegio y los peques ya estaban reunidos en un aula para el ritual de
cánticos que tienen por rutina para dar gracias a Dios, me he
sentado para echar un vistazo a mi pie. No pintaba muy bien, tenía
pus, pero pensé que sería un pinchito sin importancia y podría
sacármelo al llegar a casa con unas pinzas y desinfectante. Es
cuando uno de los profesores se ha acercado, ha echado un vistazo a
mi dedo y me ha dicho que era un bicho que llaman Dosu. Por lo visto
es un bicho que se encuentra en la arena. Podría decirse que el 80
por ciento de la región donde me encuentro es arena de playa.
Siéntate y pon los pies en alto, me dijo el profesor, ese bicho se
alimenta, crece y pone huevos en la parte interna de la piel y si no
se saca a tiempo te tienen que cortar el pie, dijo otra profesora.
Ante esta noticia que me alarmó
bastante propuse ir al médico ya que pagué un seguro antes de venir
a Ghana pero me dijeron que podían sacármelo ellos y que el médico
no iba a hacer nada más que darme medicina. Estaba estupefacta, no
podía entender cómo algo que habían pintado tan peligroso hasta el
punto de poder amputarte,no podía curarte un médico. Cuando estas
en un sitio tan salvaje y vulnerable a la vez y que desconoces por
completo, no tienes la más remota idea de qué hacer, a qué
agarrarte,en una situación tan singular y decisiva. Esperé a que mi
intuición me dijera algo con urgencia..pero fue en vano, de modo que
me entregué en manos de esos que, a la vista, parecían saber más
que yo, aunque bastante escéptica. Unas de las chicas cogió un
palo, lo afiló con una cuchilla que utilizan en el cole para sacar
punta a los lápices y con la misma cuchilla empezó a rasgar la piel
y a meter el palito con la intención de sacarme el bicho que ya
había puesto sus huevos. Rasgaba y cortaba la piel como si fuera una
manzana. En ese momento me acordé de Cate Blanchet en la película
de Babel, llena de desconfianza y de miedo,perdida y aterrada ante
una situación tan extrema y ausente de autocontrol que la lleva a
confiarse a aquel hombre que quería coserle el cuello. No me iba a
morir, pero la sensación que me daban es que aquello no importaba
mucho, al fin y al cabo, ¿qué era un simple dedito si aquello se
infectara y tuviera que perderlo?.Eran tantas emociones nuevas y
extravagantes las que me invadían que sólo podía intentar respirar
y respirar hasta que aquello acabara. Después de dejarme el dedo
pelado y en carne viva (ésta vez parecíase a un plátano),y
aparentemente haber sacado el bicho y sus huevos, me echó un puñado
de sal y cubrió el dedo con un venda. Sí, vi las estrellas y el
astro sol todos juntos, pero todo había acabado y estaba deseando
irme a casa, conseguir por el camino algún desinfectante y lavarme
bien con agua y jabón. Entonces descubrieron nuevos bichos, también
en el otro pie. No podía dar crédito a lo que me estaba pasando.
Decidí entonces llamar a mi seguro. Después de dar todos los datos
de mi póliza me dijeron que esperara media hora a que volvieran a
llamarme, ésta vez desde Ghana. Esos minutos fueron eternos. En mi
cabeza no cabía más duda y desconcierto y no podía parar quieta de
los nervios que me llevaban constantemente a agitar las piernas.
Escribí por el móvil con la necesidad de desahogo. Pasó casi una
hora y decidí volver a llamar a España. Me comunicaron que el
hospital donde podía acudir estaba a casi 200km de modo que descarté
esa opción, no podía ir caminando por arena hasta la carretera
principal con el dedo como una “botifarra” y coger un trotro
sucio y lleno de gente y que tampoco me dejaría en la puerta del
hospital. Así que quedé en ir a un médico más cercano y pagarlo
esperando el reembolso del seguro más adelante. Entonces uno de los
profesores me acompañó a una clínica cercana. Era una casa con sus
respectivos sofás y televisión y lo único que te hacía adivinar
de la existencia de ese sanatorio eran los uniformes de las
enfermeras. Mi compañero habló con ellas en ewe, su idioma local,
yo no podía entender nada así que intentaba descifrar su lenguaje
corporal..de pronto vi cómo se reían y me miraban, todos en la sala
de espera me miraban. A veces parece que no han visto en la vida un
blanco pero esta vez no parecía que me miraran por ello si no más
bien por acudir al médico sin estar muriéndome. Esperé impaciente
toqueteando el móvil hasta que me hicieron pasar a la consulta.
Saludé al doctor, me senté y le explique el motivo de mi visita. La
mesa estaba llena de cosas, papeles por todas partes, libros, varias
calculadoras, una linterna y hasta una lata abierta de conserva. El
doctor me miró callado durante varios segundos sin yo poder adivinar
ésta vez el gesto de su cara, lo cual me hizo dudar si me había
entendido bien, pero aguante el incómodo silencio esperando alguna
reacción. De pronto me hizo una señal para que me acostara en la
camilla sin romper su mutismo. Me descubrí los pies y me recosté.
De pronto reparé en que había una almohada amarillenta para
descansar la cabeza pero preferí sostenerme con los brazos. Por fin
me dijo algo que no entendí, parecía una palabra propia de su
lengua, le miré extrañada y replicó de nuevo (sin perder su
reposo) que si me curaba, luego me iría con el pie descubierto de
nuevo por la arena a riesgo de infectarse. Yo no sabía ya cómo
controlar mis nervios y la ansiedad que me estaba entrando: pues haga
usted lo que tenga hacer, cúreme y véndame si es
necesario,please,you are the doctor!!.Así que cogió la
linterna agitándola un poco antes, no fuera que las pilas fallaran,y
echo un vistazo a los pies. Le dijo algo a la enfermera y ésta me
dijo que me calzara y la siguiera para ir fuera. Yo no podía
entender cómo me estaban haciendo poner de nuevo las sandalias y
tener que pasar de nuevo por la arena, ¿es que fuera era el sitio
más adecuado para curarme?. Cuando parece que las cosas empiezan a
parecerse un poco a lo “normal” de repente te saltan con algo
surreal y te das cuenta de que estas en África y aquí no funciona
nada como estas acostumbrada. Te sientes impotente y vulnerable y te
tienes que olvidar de tu manía de controlarlo todo, pero está en
riesgo tu salud, y no resulta nada fácil digerir estos
acontecimientos.
Ya bajo la sombra de un árbol, la
enfermera destapome la venda que me puso la profesora y echó un
vistazo al pie. Cogió una cuchilla que ya me resultaba familiar
aunque no por eso sentí confianza y empezó a pelarme la parte
trasera de otro dedo.
Podría decirse que los ojos resultan
mas útiles y son más importantes que los dedos del pie, sobretodo
de un meñique, pero lo sientes tan alejado a pesar de ser parte de
ti y tan delicado y sensible que sufres como una madre protegiendo su
retoño. Y te das cuenta de que lo quieres mucho. Lo quieres contigo.
Y rezas porque esa enfermera que lo manipula tan dudosamente esté
haciendo lo correcto.” Why are you cutting without cleaning
before?”,dije exaltada. Mi inglés no es bueno y a menudo
cambio el orden de las palabras,pero me hago entender, y no quería
ser ruda pero no podía comprender esa falta de limpieza en una
clínica. Intenté explicar cómo se hacen las cosas en Europa,le
dije que había estudiado algo parecido ( sin especificar que era
quiromasaje), que mi madre trabajaba en un hospital y que sabía que
cómo mínimo se debe limpiar la zona antes, pero resultó tarde e
inútil. Me rendí. Decidí no mirar, decidí respirar hondo y
divisar el cielo y el frondoso árbol que quedaba arriba de mi
cabeza. Puse mis brazos cruzados sobre mi cuello. Encontré a mi lado
a un niño delgado tumbado sobre la arena. Decidí coger el móvil y
tomar algunas fotos. Tenía que distraer la atención para aminorar
el dolor y el desasosiego pero resultaba casi insufrible. Entonces la
enfermera me lanzó una pregunta que volvió a desatar mis nervios:
¿Tienes algún bicho más?. “No lo sé, no conozco ese bicho, es
usted la que tiene que mirarme,la que tiene mis pies delante, yo no
soy la enfermera, por favor, míreme usted bien”, repliqué perdiendo casi la paciencia y mi inglés. De modo que me sacó alguno
más de otro dedo y finalmente cubrió cada uno con unas ramitas que
parecían azafrán, “what´s that?”, pregunté
ya con cierta desgana y abatimiento, “yodo”, me dijo. El yodo sí
sabía lo que era aunque nunca lo había visto en forma de hierba o
alga.
Volví
a la consulta del doctor, me dio un poco de amoxicilina, unas
pastillas para el dolor, me hizo la factura y me dijo que volviera
mañana.
No sé
cómo llegue a casa caminando por la arena caliente con los talones
pero al fin llegué. Lavé mis manos y mi cara reiteradamente. Sentía
su efecto calmante más placentero que nunca. Me puse calcetines,
barrí mi habitación para quitar cualquier resto de arena y me tumbé
en la cama.
Todavía
azorada y vigilante, después de ver mis dedos negros, me cuesta
digerir lo que ha pasado y sólo espero que mis heridas cicatricen,
que la infección se cure y si queda algún bicho muera con el
antibiótico y esto sea sólo un susto, una anécdota, un recuerdo
sólo grabado en mi memoria y no en mi cuerpo como temí.